Paisajes a través
del viaje
Con una trayectoria artística de algo más de una década requiriendo la presencia del espectador en su obra mediante la recreación a través de la fotografía y el video, de espacios de representación que más que evidenciar la figura del sujeto –la representación de su cuerpo- lo remiten a su espacio interior por la vía del pensamiento, la emoción, la memoria y sus reflexiones en torno al lugar que ocupa, la obra de Montserrat Soto ha alcanzado ese horizonte en el que poseyendo un sello inconfundible –un estilo propio-, todavía es capaz de descubrirnos y desenmascarar nuevas y distintas facetas de su pasión por lo que se oculta detrás de lo que se ve. Por lo que late detrás de lo que muestra. Su pasión por lo que sucede más allá de los infranqueables límites que siempre establece entre el espectador y su obra entendida como el espejo en el que se desarrolla aquella parte de su vida que sólo le va a permitir contemplar desde detrás de una ventana. Escondido, inmóvil y sin la posibilidad de actuar sobre lo que ve. Porque en el fondo, es lo que es.
Desde detrás de cualquiera de estos lugares donde la artista acostumbra a situar al espectador –ventanas, puertas, grietas, vallas, arcos, miradores, etc.- lo que intenta es estimularlo a buscar el sentido en la intersección, a ver entre las cosas y provocar que su pensamiento se balancee entre lo visible y lo invisible. Con ello y como ya hicieran años antes tanto Antonioni como Godard en el cine, lo que pretende la artista es contribuir a plantear la cuestión de la imagen a través del campo filosófico contemporáneo determinado por Heiddegger y Wittgenstein en la línea del desenmascaramiento del sujeto y de la pérdida o inautenticidad del Ser. Con una mirada crítica pero no acusadora sobre lo que concierne a la esencia del sujeto, la permanente y desoladora desnudez que la artista deja entrever en sus figuraciones del espacio –a menudo vacíos; a menudo también despojados- le va servir para emplazar al espectador en el centro de un escenario –un espacio al fin y al cabo- ubicado más allá de las coordenadas espaciales de la cotidianeidad y sobre todo, fuera del tiempo. Desde este espacio de representación eminentemente ambiguo y en el que la indeterminación del lugar que ocupan los escasos objetos o referencias que aparecen sólo es posible que concuerden con los recuerdos más confusos, contradictorios y dudosos del espectador, lo que Soto consigue es enfatizar la idea de espacio cerrado que insertado en una estructura espacio-temporal indeterminada, va a poner de manifiesto la fragilidad de su identidad. La fragilidad de la identidad del sujeto. Es decir, del espectador.
Considerando el espacio como un vacío tanto en relación con los elementos que lo conforman como con la ausencia de referencias de las que se vale el espectador para aprehender sus límites, de lo que la artista nos está advirtiendo es de la ausencia de estos factores en el espacio interior del espectador. En el interior de su cráneo. Aquel lugar en el que según Beckett, se produce el verdadero conocimiento.
Quizás la inexistencia de elementos y referencias en el interior del cráneo del espectador pudiera ser alguna de las razones por las que uno tenga la sensación de que en las obras de Montserrat Soto nunca se entra ni se sale. Simplemente se está ahí. Y es que la indefinición de los espacios que representa la artista tanto si son cerrados –y en los que el entorno que se percibe es altamente asfixiante- como si son abiertos –y en los que la imposibilidad de divisar sus límites genera en el espectador una importante pesadumbre- no ofrece demasiadas alternativas para que el espectador se ubique de otro modo ni para que a partir de su estancia en ellos pueda hacer otra cosa que analizar lo que está ocurriendo. Y siempre más allá de lo que ve mientras lo contempla.
En Fin de partida de Beckett hay una escena en la que Hamm dice lo siguiente: “fuera de aquí solo existe la muerte”. Retomando estas palabras de Hamm sin el alcance dramático de la frase pero sí desde sentimiento que le embarga al pronunciarla, podríamos decir que lo que a menudo se percibe frente a la obra de Soto es ese sentimiento de imposibilidad con el que todos hemos topado en algún momento de nuestra vida. Porque pese a que la artista no deje de mostrar lo que se ve y existe al otro lado de una ventana –a saber: un mar, un desierto, un pueblo, un camino, unos árboles, una casa, etc.- el acceso a todo ello siempre aparece vetado. Lo cual nos induce a sospechar que el espacio interior en el que se halla el espectador –aquel espacio físico en el que la artista lo recluye- sea la representación de aquel mundo exterior que jamás podrá alcanzar por mucho lo desee. Pues el espacio en el que se halla y desde el cual lo divisa todo es el reflejo de aquel mundo que percibe al otro lado: sea limpio, degradado, real, destruido, erosionado, ilimitado, pausado, silencioso, ruidoso o ficticio.
Provocando la oscilación del mundo interior del espectador mediante la representación de unos espacios en los que el misterio y la indeterminación son los elementos que le ofrece para que los aprehenda y los interprete, la obra de Montserrat Soto se desarrolla en varios frentes pese a parecer que las cuestiones que aborda siempre sean las mismas. Partiendo de ahí, tenemos por un lado las obras en las que mediante la integración de una imagen fotográfica a la arquitectura del espacio la artista amplia considerablemente las dimensiones reales del mismo. Frente a este tipo de obras, el espectador se siente perdido y sólo alcanza a ver más allá si lo hace a través de la vía de su propio pensamiento. Las grandes panorámicas o los amplios paisajes de grandes dimensiones es otro de los recursos con los que cuenta la artista para conducir -e introducir- al espectador hacia el espectáculo de una naturaleza de la que pese a formar parte, en ningún momento se le invita a actuar. Para que esto sea así y el espectador se mantenga al margen de lo que ocurre más allá de lo que ve, es habitual que en este tipo de obras aparezcan algunos de aquellos límites a los que antes nos hemos referido: vallas, miradores, barreras, barandillas. Obstáculos reales y tangibles, imposibles de atravesar y concebidos como interrupciones que no hacen más que remarcar la indescifrable dimensión de la infinitud del espacio. Frente a la prolongación “natural” de espacios o a la visión limitada y parcial de un paisaje, otro de los recursos a los que acude la artista para determinar el espacio del espectador y para que el espacio exterior se identifique como su reflejo, es la utilización de los dinteles que siempre aparecen como elemento de separación. Entre espacios. Ventanas, puertas o grietas abiertas a lo inaccesible -ya que de ningún modo permiten el paso- y que muestran lo que el espectador puede más que interpretar como una parte de su realidad. O como una metáfora de la misma. Son imágenes o puntos de fuga instaladas al fondo de un espacio creado por la artista (o imágenes insertadas en un espacio sin alterar. El cuarto recurso al que nos vamos a referir es el que podríamos denominar el de los laberintos, es decir, aquellas obras a las que sólo se accede por una única vía y en cuyo interior lo más probable es que el espectador se sienta perdido. Constituidos por unas imágenes estratégicamente bien ubicadas, la sensación de claustrofobia que transmiten se debe en gran medida al gran parecido que existe entre ellas pero sobre todo a su repetición: puertas, pasillos o estancias cerradas que unidas entre ellas sin solución de continuidad no sólo dificultan la salida al exterior sino que también la posibilidad de abstraerse de lo que nos rodea. Para terminar con esta suerte de clasificación tendríamos aquellas obras que llamaríamos de los espejismos, es decir, obras de dimensiones más reducidas en las que las visiones confusas, enigmáticas y misteriosas que se reproducen proceden de aquella realidad que la artista interpreta con su mirada fotográfica.
Pese a esta clasificación de la obra de Soto realizada sobre la base de algunas de sus tipologías, tanto los conceptos que analiza como las emociones a las que apela nunca acaban de desaparecer en su paso entre una obra y la otra. Pero no sólo eso. Ya que insistiendo en analizar, por ejemplo, los recovecos del espacio o el sentimiento de soledad tan arraigado en nuestra cultura consigue ampliar los niveles de lectura de su obra y abrir el paso de este modo hacia reflexiones de otro orden. Unas reflexiones que afectando de igual modo a la consideración que tenemos de nosotros mismos, nos va a inducir una vez más a ir más allá de lo que vemos. Pero sobre todo, de cuándo lo vemos. A saber: la destrucción, la serenidad, el paso del tiempo, el ciclo de la vida, el vacío, la incertidumbre, el deseo, etc.…
Si bien el tiempo es otro de los conceptos que desde el principio de su trayectoria artística también aparece en la obra de Montserrat Soto, no será hasta sus incursiones en el campo del video cuando la consideración de la artista al respecto alcance la misma dimensión que sus apreciaciones sobre el espacio. Al referirnos a este último ya apuntamos que uno de los rasgos característicos de Soto era aquella confusa indeterminación con la que conseguía representar tanto los espacios interiores como los espacios exteriores. Una confusa indeterminación que al haber ido incrementándose progresivamente en sus representaciones del espacio, no sólo había actuado sobre la movilidad del espectador sino que a base de mermarla lo había llevado a sospechar que hasta carecía de cuerpo.
Para dotar su producción de una dimensión más humana e insistir en llevar al espectador a reflexionar sobre el lugar que ocupa, hacia dónde se dirige, cómo se percibe, de qué modo reacciona y en definitiva, cómo es, la artista amplia su punto de mira y se inmiscuye paulatinamente en el mundo de la imagen en movimiento. Ahora bien, a diferencia de las razones por las que muchos artistas se han inclinado por este medio, las que impulsan a Montserrat Soto se deben a su incesante interés por desenmascarar la esencia del ser. Primero a través de sus imágenes estáticas y partir de este momento a través también de las imágenes en movimiento y del sonido y el silencio que emana de ellas.
Consecuentemente con aquella indeterminación que percibíamos en las representaciones de sus espacios en fotografía, lo primero que nos sorprende en los videos de Soto es una más que inquietante indeterminación temporal. Asimismo, al seguir a través del vídeo un recorrido similar al de la fotografía, la idea de tiempo a la que nos remite no puede ser otro que a un presente continuo. Es decir, a un tiempo que no tiene ni principio ni fin. A un tiempo concebido como la exposición de una suspensión temporal o simplemente como otro estar ahí más allá del pasado y del futuro. De modo que si frente a la representación de sus espacios fotográficos ya acordamos que el espectador nunca entra ni sale, en los espacios que recrea en video el tiempo que percibe es un tiempo que se sostiene. Un tiempo que el espectador no puede interpretar más que como una espera. Lo que vendría a reforzar no sólo aquella sensación de estar ahí a la que nos hemos referido en reiteradas ocasiones sino que también y más desesperadamente aquella imposibilidad de actuar sobre lo que se ve. Y es que por mucho que se desee no se puede hacer nada contra el devenir de los acontecimientos. Sólo permanecer donde se está y contemplar, inmóviles, el errar del movimiento.
Como también sucede en sus fotografías, al espectador que se sitúa frente a los videos de Soto sólo se le permite observar desde detrás de una ventana. Desde detrás de alguna barrera. Ahora bien, mientras que la dimensión del espacio que percibe en aquellas se vincula inexorablemente con su memoria y su recuerdo, la que se deriva de sus videos se relaciona ineludiblemente con su experiencia vital. De modo que al identificar lo que está contemplando como si fuera lo está viviendo en aquel mismo momento la imposibilidad de huir de allí se incrementará enormemente por la complejidad que el movimiento le añade a sus imágenes.
Por bien que la diferencia formal que existe entre las fotografías y los videos de Montserrat Soto a duras penas es perceptible, el hecho de que a estos últimos les incorpore minutos a su contemplación –es decir, el factor tiempo- permite que el espectador asuma como real lo que en sus fotografía le sugería a través de imágenes estáticas. Lo que con ello provoca la artista es que el espectador piense que es posible lo que a la vista de sus fotografías interpretaba como suposiciones. Sólo la espera, la indeterminación y una vez más, la repetición, reconvertirán en suposición lo que de ningún modo puede ser real. Que es precisamente lo que quiere la artista.
El tiempo en presente continuo que se experimenta en los videos de Montserrat Soto se debe principalmente a la estructura cíclica sobre la que se construyen. Una estructura sisífica e invariable que por la ausencia en su desarrollo de referencias temporales de cualquier tipo no sólo será imposible de alterar sino que llevará al espectador a vivir la espera como un tiempo que nunca acaba y que lo condena a permanecer ahí. Sin salir del cobijo en el que se halla. Viendo pasar el tiempo y degradándose a medida que avanza el espectador, desde su guarida, se verá incapacitado para romper con su rutina diaria. Es así como una vez más se aparece de nuevo aquel sentimiento de imposibilidad. Una imposibilidad que al sostenerse en el tiempo no sólo no le va a permitir saber en qué momento se encuentra si no que tampoco en qué momento de su vida está sucediendo lo que contempla.
Fiel a su empeño por tratar el tiempo prolongándose en el espacio en un continuo sin fin, el sonido que progresivamente va apareciendo en los videos de Soto incide sobre aquella idea de ciclo que también y en silencio desarrolla a través de la imagen. Procedente de un guión elaborado entre otros sonidos por los que se derivan de la naturaleza, el latir que escucha el espectador al contemplar las imágenes que frente a él se mecen refuerza la estructura cíclica sobre la que la artista reconstruye el tiempo. Un ciclo cuya particularidad y tal como sucede en Sin título, Ciudad destruida, 2003 -su última obra- nace, se incrementa y por fin desaparece siguiendo el camino que le determina la luz. El sonido de un lamento y el movimiento de la luz nos inducirán a identificar través de esta obra el ciclo vicioso que establece la artista con la noción de la vida que Beckett nos propone a través de su obra: el nacimiento como un lamento profundizándose mientras existe en un mundo que no ofrece garantías de ningún tipo. Entendido de este modo, los lamentos inicial y final acentuados a su vez por la incidencia de la luz se corresponderían respectivamente con la inspiración y la expiración. Con la primera y la última. Luego el silencio y por lo tanto la oscuridad. De modo que la luz y el sonido serán utilizados en los videos de Soto para la creación de la metáfora más real de la existencia del hombre sobre la tierra. Así, inmerso en un flujo continuo que anula las posibilidades de establecer a ciencia cierta un conocimiento de la duración y de los acontecimientos de su vida, el espectador frente a la obra de Soto no va a poder recomponer ni su pasado ni su memoria. Porque todo está ahí. Y porque la memoria ya no será el asidero temporal que cronológicamente recompone la existencia, sino la enunciación en un presente incierto de las palabras que en su linealidad posibilitan una cierta continuidad de la misma.
Sobre la base de factores contradictorios y opuestos, apelando a la memoria para devolvernos a la realidad, escrutando el vacío para desenmascararnos el lugar que ocupamos, condenándonos a conocernos a través de la espera o conduciéndonos a otros mundos posibles a través del silencio de la fotografía o del sonido de la imagen en movimiento, la obra de Montserrat Soto sigue estando ahí para quien quiera estar en ella. Para el único que lo puede hacer: el espectador. El sujeto.
Frederic Montornés i Dalmau ©2003