Paisajes a través
del viaje
El desierto es un paisaje radicalmente inhóspito. Tras su belleza encontramos un interminable horizonte sin cobijo, alimento o agua. La exposición Escrito Sobre Piedra de Montserrat Soto nos muestra fotografías de diversas arquitecturas levantadas en estos áridos paisajes. Para conseguir estas imágenes la artista ha viajado incansablemente, confrontándose a espacios extremos y profundamente retadores de la existencia humana. Ha fotografiado sobre todo lugares ruinosos, abandonados o destruidos. Estas arquitecturas desérticas testimonian el esfuerzo del ser humano por dejar su marca en la más hostil de las situaciones y "escribir sobre piedra" su presencia.
La exposición que tenemos entre manos no pretende ser una mera documentación fotográfica. Es más bien una exploración psicológica del desierto interior, aquél que todos llevamos inscrito en nuestra topografía más profunda. Ya en la primera obra con la que nos encontramos en la muestra nos damos cuenta de que Soto no está intentando retratar un paisaje desértico concreto, sino un estado emocional. Se trata de Arcos de Ciudad, en la que contrapone lo rural con lo urbano. El primer plano de este gran mural fotográfico tiene una arcada construida sobre un suelo arenoso, referencia inequívoca al desierto. El recubrimiento de barro se ha desconchado, permitiéndonos ver el material de construcción: piedra. Los arcos no son iguales ni perfectos: cada uno tiene su personalidad y su propia curvatura, mostrándonos una arquitectura muy lejana a la serialización y precisión de la era industrial. Sin duda esta arcada ha sido fotografiada en un lugar lejano de la urbe contemporánea.
Todo lo contrario es lo que se vislumbra a través de los arcos: un paisaje urbano norteamericano. Un montaje digital confronta dos mundos geográficamente distantes, pero anímicamente similares. Diversas fachadas paralelas a la arcada del primer plano tapan cualquier posible horizonte. Las ventanas han sido todas condenadas y los escaparates y las puertas se han cerrado con puertas metálicas. Como en toda obra de Montserrat Soto, no aparece figura humana alguna; la calle ha quedado desahuciada y terriblemente vacía. Estamos ante una imagen del South Bronx neoyorkino, víctima como tantos otros barrios de Estados Unidos de un proceso de abandono y degradación. El desierto no solo está en el Sahara, sino en el centro mismo de las ciudades que habitamos, ciudades superpobladas pero que sin embargo cosechan tanta soledad. De lo agrario a lo urbano, de la piedra al ladrillo, las fotografías de Soto nos muestran hogares abandonados. A diferencia del viajante romántico que buscaba escaparse del caos metropolitano, aquí todo refugio queda negado al encontrarnos tanto en la ciudad como en el desierto con una insondable desolación.
Las seis imágenes de la serie Chinguetti (tomadas en Mauritania), funcionan con parecidas claves visuales a Arcos de Ciudad, solo que ha habido una inversión cronológica. La arcada del primer plano ha sido substituida por una barandilla de las que hay en los laterales de las carreteras. La barandilla metálica, rígida y recta, pertenece a un lugar industrializado. Más allá de la barandilla observamos un poblado desértico con una arquitectura de adobe de una cultura preindustrial. Dunas arremeten contra los edificios, los cuales están progresivamente empezando a desaparecer. Al igual que en Arcos de Ciudad, la vida de esta aldea se ha interrumpido abruptamente. Se han clausurado ventanas y puertas. El pueblo de Chinguetti ha sido abandonado debido al proceso de desertificación.
La exposición Escrito sobre Piedra establece una dialéctica bipolar entre el desierto y la piedra. Ambos se articulan como puntos opuestos de un proceso en el que se juega la supervivencia del ser humano y su necesidad de cobijo. La piedra se extrae del paisaje para construir un refugio. El implacable paso del tiempo garantiza que este refugio acabe finalmente por abandonarse y pase a ser ruina. Esta ruina es un estado intermedio, donde la estructura pétrea cae y comienza a fundirse nuevamente con el paisaje. Finalmente, la erosión desértica – generada por temperaturas extremas y el efecto pulverizante del viento arenoso - acaba por desmoronar la piedra y convertirla en arena. La obstinada rigidez de la piedra reta el poder engullidor del desierto, que al final, a pesar de la lucha, se lo acaba por comer todo. El hogar se deshace y se convierte en desierto. Lo contrario del hogar es el desierto.
En la obra de Montserrat Soto intuimos el miedo a salirse de la soledad cavernosa de uno mismo. En muchas ocasiones introduce en los márgenes de sus imágenes aperturas arquitectónicas, como puertas, ventanas y marcos – todas referencias al encuadre de la representación visual – que parecen invitarnos a penetrar el espacio fotografiado. Sin embargo, estos espacios luego resultan ser herméticos o impenetrables. Este es el caso de las calles vacías del South Bronx vistas a través de la arcada de Arcos de Ciudad. En otras ocasiones vallas, murallas, (o barandillas, como en el caso de la serie Chinguetti) son barreras que físicamente cortan el paso, pero que visualmente nos permiten ver más allá. El paisaje se contempla desde el umbral, o tras una barrera, pero no se llega a penetrar. Siempre hay una confrontación entre un primer plano y un fondo, que es en realidad un diálogo entre figura y fondo. El primer plano está cerca del cuerpo que mira, y por tanto hace referencia al sujeto y la posición desde el que éste o ésta contempla la realidad. El fondo es el mundo exterior, el objeto de la mirada del sujeto y quizás el espacio al que se desea acceder. En todos estos casos la figura queda parapetada en un yo profundamente solitario, pero protegido de un lugar amenazante, abandonado y ruinoso.
Sin embargo, algo cambia en la serie Ouadane. En esta obra desaparecen marcos, ventanas, puertas y toda forma de barrera visual que pueda dar refugio al "yo". Los grandes tamaños de las obras crean un efecto de trampantojo que nos introduce sensorialmente en la obra, haciéndonos sentir que acompañamos a la artista mientras deambula por las calles ruinosas de otro poblado desértico, Ouadane, también en Mauritania. Esta urbe del siglo XII estaba estratégicamente ubicada en la ruta de las grandes caravanas, pero fue finalmente destruida por guerras civiles. Aparece un laberíntico paseo, quizás la búsqueda de un refugio donde no lo hay. Porque si nos hemos atrevido a abandonar el espacio interior, es para acceder a un lugar en el que toda posibilidad de cobijo ha desaparecido. No hay techos sino murallas derrumbadas sobre las que cae un sol aplastante. La ruina, esa metáfora fundamental que invierte los términos de lo público y lo privado, lo interior de lo exterior, es utilizada aquí con gran contundencia visual.
El vergel es una referencia que resuena en la serie Invernaderos. Pero una vez más nos encontramos con un paraje abandonado. En este caso contemplamos invernaderos desatendidos en Almería, que en los últimos años se ha convertido en un centro de agricultura hidropónica. Este tipo de agricultura ha surgido precisamente en el único desierto europeo, transformando profundamente el paisaje de esta región, ahora parcialmente oculto bajo mares de plástico. En la serie Invernaderos, las cubiertas que una vez protegían el cultivo interior han quedado rasgadas. El sembrado ha sido substituido por el hastío del desierto, apareciendo tierras secas, infértiles e incapaces de recrear el jardín perdido. Al igual que con la serie Ouadane, nos encontramos con estructuras arquitectónicas que han perdido su capacidad de proteger y dar fruto. El desierto avanza implacable.
En esta serie destaca especialmente una imagen en la que aparece en primer plano una estaca ladeada, de las utilizadas para soportar las paredes laterales del invernadero. Esta estaca atraviesa diagonalmente el encuadre, y en este sentido nos recuerda a las barandillas y arcadas de otras series ya comentadas. Este trozo de madera una vez pertenecía a un árbol, árbol que imaginamos tenía raíces y proporcionaba una sombra que protegía del sol. Ahora aparece como un objeto inerte, agrietado y en zozobra, incapaz de mantener una techumbre y de ofrecer resguardo. El oasis se ha secado para siempre.
En este recorrido fotográfico de Montserrat Soto nos encontramos finalmente con una video-instalación que cierra la exposición Escrito sobre Piedra. Sobre una pantalla, cuya silueta tiene forma de puerta con arco, se proyecta una callejuela de un pueblo en estado ruinoso. A pesar de ser vídeo, el plano es totalmente estático, y el único cambio que observamos es el paso del día a la noche. Se trata de Belchite, el primer pueblo bombardeado por Franco y con el que ganó la primera batalla a los republicanos. Franco quiso dejar este lugar en estado ruinoso como monumento a la victoria nacionalista. El arco, referencia arquitectónica recurrente en la obra de Montserrat Soto, es una apertura construida con piedra. La artista nos sitúa a los espectadores como si estuviéramos dentro de una cueva observando a través de esta puerta virtual la callejuela de Belchite. Este efecto de refugio cavernoso queda reforzado por la pintura negra que cubre toda la sala que ocupamos. En la banda sonora de la pieza escuchamos pisadas de un individuo que corre despavorido, que se detiene y que respira casi sin aliento. Es el sonido de un sujeto que huye, que se esconde y que quizás busca esconderse del bombardeo. Es el fantasma que todavía recorre las callejuelas de Belchite.
Esta video-instalación nos remite a referencias históricas cercanas a la artista: la arquitectura vernácula como tenaz testimonio – casi diríamos monumento - de la historia española. La Guerra Civil, con el que comenzó el calvario político para tantos españoles, aparece aquí como una experiencia que dinamita el hogar propio. Estas guerras intestinas, también presente en la serie Ouadane, corroen desde dentro y generan un exilio interior.
¿Cómo crear un hogar en el desierto? Esta es una paradójica pregunta que nos ronda la cabeza cuando contemplamos la exposición Escrito sobre Piedra de Montserrat Soto. Vivimos una época en el que el nomadismo del ser contemporáneo parece contradecir el sentido mismo de hogar. En una sociedad como la nuestra con flujos migratorios sin precedentes, con veloces sistemas de transporte y nuevas tecnologías de comunicación, toda piedra parece desmoronarse. Tanto trasiego dificulta colocar la piedra fundacional que ancle la morada a la tierra. El nómada abandona el refugio y encuentra bajo "el cielo protector" – tal como relataría Paul Bowles – un nuevo hogar. El desierto que emerge en el trabajo de Montserrat Soto es un páramo emocional que nos obliga a confrontarnos a nuestra insondable y misteriosa soledad. Pero es, al fin y al cabo, nuestro hogar, en cuyas áridas estepas estamos intentando sobrevivir.
Daniel Canogar, noviembre del 2004.